Sunday, June 17, 2007

No olvides, en una celebración todos celebran.

Era de los días en los que me sentía con suerte. Luego de haber conseguido ese trabajo, mi primer sueldo desde hace muchísimo tiempo finalmente había llegado y estaba en mi cuenta. Así que me levanté muy temprano, antes del alba. Me percaté de que tan distinto se ve un amanecer con esperanza, o con plata como lo quieran ver. Me reí despidiendo las lágrimas que las deudas me han causado, pero al mismo tiempo añorándolas.

Pongo los pies en el piso con nuevos aires, en realidad me siento liviano y no es por alguna visita nocturna. No señor, para eso mi amigo, tampoco había dinero. Enseguida me encuentro en la calle, y me dispongo a desayunar en un restaurant sesentoso que a pesar de estar a 3 cuadras de mi casa, me ha visto rayar el aliento contra el vidrio más de una vez por no tener como pagar una comida digamos decente.

Me registro los bolsillos y me encuentro que lo que pensaba me debía alcanzar para 2 semanas podía pagar un buen desayuno. Finalmente la austeridad parecía ponerse austera con ella misma gracias a esa llamada que sonaba a voz dulce y bling bling anunciándome que el problema estaba resuelto y mi dinero en el banco.

En el restaurant, veía hermosos esos antiguos cubos rojos, blancos y negros pegados a la pared haciendo juego con largas y desgastadas lámparas colgadas de un tubo rígido. Los ventiladores que un día fueron blancos, giran pausadamente sin muchos ánimos de cumplir su principal tarea. Sin embargo, los veía saltar celebrando conmigo, al tiempo que Sonia, quien también es sesentona o tiene sesenta años sirviendo en las mesas me ve llegar con una cara que no logro atinar si era asombro, incredulidad o las dos al mismo tiempo. Como ambas parecían buenas caras y le sonreí. Afirmé con voz segura: -Voy a desayunar. Con la misma seguridad me contestó: -Adelante, si vas a comer, ya es suficiente para celebrar.

Si, el desayuno estuvo bien, Sonia parecía mas contenta que yo cada vez que me llevaba el tenedor a la boca. Decidí no prestar mucha atención al hecho de estar sentado allí, pues entiendo que de ahora en adelante se convertiría en algo normal. Situación que desde un principio era mejor pasar desapercibida.

Llegando al banco me doy cuenta de que hay muchísima gente. Un aire de espera envuelve a todo aquello a mi alrededor. Un pequeño perro contempla el viento sabor a mañana y lluvia que choca contra su hocico. Debo recalcar nuevamente que había una multitud alrededor del banco, si bien había gente adentro, la mayoría estaba a sus alrededores.

El cajero automático estaba completamente solo. Normalmente, cuando pasaba por aquí veía tres o cuatro personas como mínimo. ¡Claro! Ninguna de esas era yo, porque eso de sacar dinero del banco era un ejercicio casi olvidado de mi mente, algo así como un boxeador retirado que encuentra un ring por casualidad.

Decido jugar a lo más seguro y me voy directo al cajero automático también para asegurarme que estaba funcionando porque como dije anteriormente está rodeado de una multitud completamente solo. Inserto la tarjeta y marco la clave que me costó recordar porque es la fecha de cumpleaños de mi ex esposa. Por no recordar eso y otras cosas es que lleva el calificativo de ex.

Encontrarme de nuevo con el dinero es algo que siempre supe que llegaría. Pero no tenía idea de cuanto me iba a afectar. Así que hoy, cuando el día ha llegado no puedo ocultar mi nerviosismo. Por eso no se cuanto retirar, y además de todas las deudas por pagar no tengo idea que hacer con él. Es lo que pienso mientras el cajero me pregunta unas cuantas cosas, como de cual cuenta retirar, por ejemplo. Es obvio que de la única cuenta que tiene dinero. Los cajeros deberían ser automáticos en eso al menos.

Llegó el momento en que decido que la cantidad sería la máxima que otorga el cajón metálico y lentamente se lo hago saber. En ese momento me sentí aun más nervioso. Todo el mundo me miraba. Incluso un ciego sentado muy cerca parecía mirarme pues asentía con su cabeza como guiándome cada vez que pulsaba una tecla.

De repente, en el momento en que espero mi dinero, un breve descuido me ha devuelto la tristeza que por momentos parecía disipada. La ranura que admite la salida de la plata, se llenó de furia y comenzó a expulsar todos los billetes cual torbellino sin control. De la ranura salían y salían billetes sin parar. La gente toda atenta a lo que estaba pasando se abalanzó sobre mi, mientras que el cajero automáticamente vaciaba mi cuenta incluso más allá de lo que había pedido poco antes.

Comenzó una gran fiesta, y corría por mi cuenta. Muy desconcertado trataba de tomar uno que otro billete. La gente se abalanzó sobre mí y todos con la cabeza pegada a sus espaldas saltaban y gritaban. Me sentí por momentos en una final de fútbol argentino en el que los hinchas emocionados jugaban con el tradicional papelillo, esta vez representado por mis billetes.

La gente me agarraba, otros me empujaban, incluso se apoyaron de mi para saltar más fuerte y tomar más y más billetes que el cajero seguía soltando sin parar. Todo el mundo sabía que hacer. Intenté sacar partido del ciego quien brazos arriba manoteaba sin control. Le grité airadamente y le exigí en medio del barullo que me devolviera todo cuanto había tomado. Estoy seguro que tomó muchísimos billetes de diez mil. Sus hábiles manos batieron a más de un vista clara. Como presintiendo mi reclamo, se llevó la mano al bolsillo y me devolvió un puño de plata que entre puños y empujones logré meter en mi chaqueta.

No podía creer lo que estaba pasando. La gente seguía empujando, perdí el control y caí mientras me sacaban a patadas. En ese momento, se acercó la policía y me creí salvado. Sin embargo mis esperanzas parecían desvanecerse tan rápido como mi dinero. Toda la gente, cual final de fútbol esta vez de cualquier país gritaban a coro que era un ladrón, por lo que la policía continuó la labor de los hinchas y me sacó a empujones.

Luego de un rato, al darse cuenta que era un ladrón golpeado y sin ni siquiera un cortaúñas me echó un último empujón. Yo eché a correr. Pero en ese mismo momento me detuve a revisar los bolsillos de la chaqueta con la esperanza de haber recuperado algo con lo que le quité al ciego en aquella celebración salvaje.

Mi sorpresa no pudo ser menor a mi tristeza al darme cuenta que en mi mano solo habían un puño de billetes de dos mil. Aquel ciego con mágica maestría había cambiado los billetes. Fue en ese momento donde entendí que cualquier persona puede matar a una o a miles, solo se necesita una razón contundente y esta parecía una de esas.

Seguí caminando en dirección a mi casa, lleno de rabia y dándole la bienvenida de nuevo a mis lágrimas. En ese momento, se acercó hacia mi una mujer de rostro fino. Me invadió la vergüenza que me viera llorar aún cuando no la conocía. Intenté bajar la cabeza pero pude ver que estaba al frente de mi y enseguida me habló; -Buenos días, ¿podría decirme donde queda un cajero automático?

2 comments:

Anonymous said...

este cuento está muy fino! porque los peores cuentos de cajeros automáticos son los que pasan en la vida real, que en vez de dar, te tumban. testigo fiel.

El Jector said...

Que bueno bro, ta fino para hacer de esto un mito urbano y atormentar a la gente paranoica que va pa los cajeros con lentes de esos que traen bigote y nariz para que no los reconozcan los malandros jajajaaj