Los superhéroes

Siendo niño, o al menos cuando mi cuerpo aun lo mostraba, solía jugar con mi primo a ser superhéroes. Salvadores de vidas inocentes y duros jueces de nuestros villanos imaginarios. No había delincuente sideral inventado por nosotros que se resistiera a nuestras reglas, designios y resoluciones también inventadas por nosotros, por supuesto.

Nuestra tía, al mejor estilo de directora de vestuario nos suministraba las capas las cuales afianzaban todos nuestros poderes especiales y que en algún extraño planeta lleno de gente muy alta solían llamarles paños o toallas.

Así transcurrían las tardes, en las que escondidos tras nuestra secreta identidad hacíamos las tareas escolares para luego transformarnos en los temidos superhéroes en cuestión, sobrevolando todo el universo repleto de muebles, mesas y camas, amen de un peligroso recinto espacial llamado “La Cocina.”

Un día cualquiera, durante una de nuestras inspecciones de rutina por el cosmos hogareño, uno de estos aliados de la justicia decidió romper el más importante de los cánones del reglamento. Desde aquel momento todo cambió. La realidad nos había acuchillado ferozmente, un rayo láser había traspasado nuestras entrañas. Al igual como otrora lo hiciéramos con los villanos. Los superhéroes no existen y no están para salvar a nadie.

Hoy, unos cuantos años luz después, bajo mi identidad secreta e irremediablemente indeleble, lamento que lo anterior sea tan cierto como el momento mismo que vivimos.

Justo antes de emprender vuelo nuevamente, detuve a mi compañero y le dije; -¡Un momento amigo, tengo que ir al baño! Mi aliado del bien, muy seguro de lo que decía, aunque no mucho de las consecuencias que su enunciado tendría en el resto del cosmos respondió:
- ¡No amigo, los superhéroes no orinan!